Punto blanco
Algunas noches, cuando me siento desesperada, subo a mi cuarto, ubicado en la azotea. Salgo por la puerta que da al patio, continúo subiendo hasta el techo, la parte más alta de la casa, en donde se encuentra el tinaco, me siento a un lado, fumo un cigarro y miro el bello paisaje. El humo de mi cigarro le pica los ojos, pero eso no le impide acercarse a mi pequeño y peludo punto blanco, que parece más un fantasma que un ser vivo. Entre tanto, observo que, a la lejanía, pueden contemplarse los cerros, llenos de lucecitas parpadeantes y sobre de ellos, puede sentirse la inmensidad del cielo, repleto de nubes que viajan velozmente por la fuerza de los vientos. Imagino por un momento que el cielo es el suelo, quisiera sumergirme dentro de él, como si fuera mar. Trato de calcular su profundidad, me levanto y me acerco a la orilla del techo, quisiera acercarme más y tocar las nubes, pues creo que de aquí, ya no me quedan tan lejos. Sigo mirando hacia a arriba, pienso en que sólo una pequeña parte de toda esta belleza puede ser atrapada en un instante por mis ojos y dentro de mí. Quiero ir a allí, desearía que dejara de existir la gravedad, o cuando menos, poder volar y sentir las nubes rozando mi cara y ver como se disuelven entre los dedos de mis manos. Sigo mirando, las nubes parecen danzar de manera hipnotizante ante mis ojos, pero no, no es un sueño, siento que me llaman, siento que se acercan más y más, siento que de pronto me voy perdiendo dentro de ellas, ¿daré un paso más? De pronto algo me distrae, es ella de nuevo, miro hacia abajo, entonces recuerdo que existe más que el inmenso cielo, regreso de nuevo a la tierra y ella también me mira, como tratando de decirme que todo estará bien; la acaricio y bajamos finalmente juntas.
Pero… ¿quién es este fantasma?
Todo comienza más o menos así:
Hace algún tiempo, encontré en la calle a una pequeña gatita a punto de ser atropellada: se encontraba a mitad de la calle y justo cuando la vi, un automóvil le pasó por encima, moviendo sus orejas con la corriente de aire generada por la velocidad del vehículo. Tuvo suerte esta primera vez, por haberse quedado inmóvil, pero al pasar el segundo carro, ella ya había comenzado a caminar en otra dirección, cercana a donde yo me encontraba. El señor del automóvil se percató de que estaba a punto de atropellarla y se detuvo conforme yo me iba acercando para apartarla de ese peligro. La llevé a casa –en contra de la voluntad de mi hermana mayor- y comencé a cuidarla.
Aquella tarde, al llegar a casa, me di cuenta de que la gatita estaba muy enferma: tenía gripe, casi no comía, sus ojos estaban irritados y no paraba de maullar. Mi familia comenzó a impacientarse y me exigieron que me hiciera cargo, que asumiera mi responsabilidad y que lo hiciera pronto. La llevaba al veterinario, le daba el medicamento pero apenas se notaba la mejora. Debo decir que hubo momentos en los que llegué a desesperarme tanto que incluso hubiese deseado jamás encontrarla, esto porque al llegar de la escuela o antes de salir de casa, me daban una serie de quejas terribles sobre el animalito. Era una gatita de color blanco, que pesaba tanto como una pluma, con unos enormes ojos de color azul profundo –los ojos más grandes que jamás haya visto en un gato de su talla- y también con unas enormes orejas –tal vez adelantadas al crecimiento del resto de su cuerpo- como describiría mi papá: “con más orejas que alma”… Siempre helada, reclamando por estar al lado de alguien para sentir calidez, tan débil como para dormir casi todo el día, pero con suficiente fuerza en los pulmones como para maullar noches enteras y parte del día. A pesar de todo, trataba de pasar tiempo con ella, de esa manera ya no maullaba tanto. Era un poco cariñosa, pues estaba enferma y a cada rato me estornudaba en la cara. Me pareció agradable, aún en contra de la opinión general. Decidí ponerle un nombre raro y griego “Nikos”, claro, cuando aún pensaba que era gato; con el tiempo eso tendría que cambiar…
A los pocos días tuvimos visitas y terminé por dormir en el sillón, la gatita durmió conmigo y casualmente ese día estuvo muy tranquila, incluso jugó un pequeño instante –cosa que regularmente no hacía, pues sólo se la pasaba durmiendo- me pareció muy raro, al mismo tiempo que me llenó de alegría. Por la mañana, amanecí algo o muy entumecida y decidí dirigirme a una cama a recostarme para terminar de descansar, entonces la vi y por alguna razón me despedí de ella, le dije: “adiós, Nikos” y me retiré.
Pasadas unas horas, desperté y me dirigí hacia la cocina para desayunar, noté que algo andaba mal; mi Mamá y mis hermanas estaban comentando algo sobre cierta gatita y estaban preocupadas. Pregunté qué era lo que había sucedido y me lo resumieron en que la habían sacado al patio –porque mi hermana perdió la paciencia al escucharla chillar- y había desaparecido. ¿Cómo había sucedido algo así? No era tan complicado de entender: hay un gran espacio entre el zaguán y el suelo, un espacio suficiente por el que cabe un animalito de esas dimensiones. Salí a buscarla por los alrededores, esperando no encontrarla atropellada, recorrí las calles aledañas durante algunas horas, pero no pude hallarla. Tenía la esperanza de que alguna persona la hubiera encontrado y llevado consigo. Me sentí terriblemente mal por lo sucedido y mi familia también -especialmente mi hermana, que fue quien la sacó al patio y no se percató de que podía escaparse fácilmente-
Pasó aproximadamente una semana, salí rumbo al centro con mi hermana y mi cuñado. Caminando por la calle y cerca de un carro, vi un pequeño y peludo punto blanco. Era ella de nuevo, no cabía la menor duda, igualmente frágil e indefensa que la primera vez. Corrí a atraparla, noté que emanaba cierto aroma a gasolina y con ella en las manos, me dirigí de nuevo a casa. La conté a mi Mamá lo sucedido y se alegró mucho. Sin embargo, ella seguía enferma, la llevamos al veterinario y nos dijeron que incluso podía tener leucemia, debido al alto grado de desnutrición que presentaba, ya no tenía parásitos, pero seguía igual de delgada aunque comiera y tan fría como el hielo. Nos sentimos tristes y yo me preguntaba cómo era que un pequeño animalito pudiera tener una enfermedad de ese tipo. Fue entonces cuando recurrimos a otras alternativas antes de mandar a hacer análisis de sangre y, atendiendo al consejo de la Doctora, le administraron vitaminas y un estimulante para su sistema inmunológico en muy dolorosas inyecciones.
Con el tiempo las cosas fueron mejorando, mi familia poco a poco fue aceptándola y encariñándose con ella y entre todos empezamos a cuidarla. Nos turnábamos para alimentarla hasta que la veíamos llena al tope. Mi Mamá, de modo particular, empezó a quererla demasiado y mi cuñado la nombró “Biancorina”, en lo que todos estuvimos de acuerdo.
Cada día iba se ponía más saludable, su pelo se hizo más suave, comenzó a comer bastante bien -tenía una pancita muy grande que la hacía lucir muy graciosa- y empezó a jugar mucho con los demás gatos. Incluso, puedo decir que queda poco de la gatita que encontré aquél día en la calle, realmente cambió mucho y se puso muy bonita...
Todo marchaba de maravilla. Pasaron aproximadamente nueve meses, Biancorina se había convertido en toda una belleza. Fue cuando entonces decidimos llevarla a operar, porque debo decir, ya tenemos bastantes gatos en casa, recogemos a los que encontramos en la calle, es como una tradición familiar. Comenzó la campaña de vacunación y esterilización en el centro de salud, como teníamos a otros dos gatos por operar, decidimos que era el momento perfecto para llevarlos y evitar tener un número que sobrepasara nuestro presupuesto y espacio. Llegamos temprano, el “veterinario” llegó mucho más tarde, parece que tuvo problemas, y malhumorado, nos atendió. Comenzó su labor: primero los inyectó, los tres gatos quedaron inmóviles, con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas, -es una sensación abrumadora ver a tus mascotas en ese estado, trataban de resistirse, era como si estuvieran muriendo, pero sólo era anestesia-. Pasó a cada uno por su plancha metálica y fría, preferí no ver, me alejé de la escena. El hombre de blanco no tardó realmente mucho, pero si lo suficiente para que yo, mientras tanto, intentara ayudar a una señora desesperada, a quien se le escapó su gato siamés gigante, llamado Chicho, que tras ser inyectado, salió disparado por las calles como un cohete, pero bueno… eso es otra historia. Mi hermana fue a buscarme, pues me encontraba en lo alto de una barda. Tuve que abandonar lo que hacía, pues la operación de nuestros gatos había terminado y debíamos llevarlos a casa rápidamente. Llegamos, los colocamos sobre unas telas, sus cuerpos eran prácticamente de trapo.
Pasaron aproximadamente dos días, cuando revisé a mi pequeña Biancorina, me di cuenta de que su herida se veía algo húmeda y rara, me preocupé, avisé a mis hermanas que llegaran pronto para llevarla a revisión. Para entonces, sucedió que llevamos primero a otra gatita, porque parecía tener una terrible gripa, mis hermanas me dijeron que Biancorina no se veía tan mal. Cuando regresamos a casa, por la noche, bajé a Biancorina a la cocina, aparentemente estaba bien, incluso comía y andaba rondando. De repente volteé a verla, se estaba mordiendo el punto, pues le causaba mucha comezón, la distraje, pero ya llevaba haciéndolo varias veces; escuchamos el hilo reventarse, cayeron al suelo tres gotas de sangre y en seguida, por gravedad, sus intestinos y demás órganos. Mi hermana la sostuvo y tomó las entrañas de la gatita con sus manos, acercándolas hacia la pancita de la misma. Me quedé inmóvil, comencé a gritar, realmente estaba impactada y pensé moriría al instante, no quería ver más… En tanto, mi hermana la sostenía con fuerza; Biancorina, por el dolor, quería zafarse de sus manos, le supliqué que aunque la mordiera y la rasguñara, no la soltara. Ella me pidió, primeramente, que guardara la calma, me dijo que todavía no era demasiado tarde y que reaccionara; enseguida, me pidió que corriera por gasas y vendas. Corrí, usamos las gasas, la envolvimos en una colcha, llamamos a la doctora para pedirle que nos atendiera. Salimos, íbamos cargándola entre mi hermana y yo. Realmente el consultorio de la Doctora se encuentra cerca de casa, pero al caminar por las calles, en medio de la oscuridad, y con tanta apuración, se nos hizo un recorrido eterno, nunca habíamos sentido que estuviera tan lejos como aquella noche. Llegamos al fin, la Doctora nos dijo que por poco ya no la alcanzábamos, que cuando recibió nuestra llamada, se disponía a cerrar el consultorio. De forma muy profesional, empezó a trabajar: le administró rápidamente anestesia, Biancorina estaba tranquila cuando llegamos, no puedo imaginar cómo se sentiría en aquellos momentos, durmió a los pocos instantes y comenzó la operación. En tanto, yo estaba temblando, estaba muy nerviosa, tuve que llorar para calmarme al fin. La Doctora finalizó, a la gatita le quedó una larga fila de puntos, unos doce aproximadamente, a lo largo de su pancita; le administraron algunos antibióticos y nos fue devuelta en calidad de trapo, nuevamente.
La noche no fue sencilla. Teníamos que voltear a Biancorina para que no acumulara líquidos, tenía que estar bien abrigada, pues no podía mantener la temperatura y ya era época de frío. Me la puse encima de la panza, para tratar de darle calor. Por la madrugada, comenzó a recuperar el conocimiento, trataba de moverse, pero sus patas no le respondían y terminaba cayendo, en ocasiones, sobre mi cara.
Así pasaron como cuatro días, tratábamos de darle de comer, pero no quería, estaba realmente drogada para soportar el dolor de la operación, le ponían varias inyecciones al día. Comenzó a adelgazar rápidamente. La Doctora nos dijo que teníamos que alimentarla por la fuerza, de otro modo terminaría muriendo. Fuimos algo bruscas, pero era el único camino. Poco a poco fue comiendo, sus puntos se fueron cerrando, no hubo infección y lo más importante, sus intestinos quedaron bien acomodados, de modo tal que su aparato digestivo volvió a funcionar como siempre.
Debo decir que en toda nuestra historia de convivencia con gatos, nunca me había topado con un animalito que nos costara tanto trabajo y dedicación cuidar, con un animalito que a pesar de tener todo en su contra, lograra sobrevivir, demostrando tener muchas más de 7 vidas, y que nos hiciera sentir un gran afecto –siempre hubo algo en ella que nos hacía sentir muchísima ternura, algo en su manera de comportarse-. Cualquier persona que la veía, no le daba ninguna esperanza, me decían que ya esperara lo inevitable, siempre con ese fatídico destino al que parecía estar condenada. Después de todo lo que hemos pasado con ella, estamos seguros de que ha valido la pena todo el esfuerzo por mantenerla con vida. Aunque hay momentos en los que dudo que sea un gato de verdad, ha sobrevivido a demasiados eventos, tal vez sea un fantasma de un pequeño y peludo punto blanco…
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